Buscando mis amores iré por esos montes y riberas; no cogeré las flores, ni temeré a las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras. (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual)
Alejandro Obregón, "Violento devorado por una fiera", 1963
Cuando acaba la noche y es la luz
quien adopta la máscara del tiempo,
se aparece la roca
negando su poder y tú adivinas
que pasa sin pasar, nada sucede.
Su cabello en tus manos, su calor
y esta vertiginosa lentitud
del instante infinito que repite
la vida cada día.
De tu ausencia no es el frío
lo peor;
no es ese frío,
hueco y pálido. No,
no es esa la condena,
sino olvidar.
que hubo calor,
aquel hermoso y dulce
calor.
Maurice Denis,, 1897, Figuras en paisaje primaveral
o éste que he creado para hablarte
de ciertas cosas que tanto cuesta decir.
Éste que no es otro sino yo,
oculto, casi escondido,
mostrando, si acaso,
algo de nosotros,
algo que, como imaginas,
ya sabemos.
Queremos hablar un lenguaje
secreto para la muerte,
una lengua de palabras
omnipotentes y ajenas
a tu mundo y mi experiencia.
Palabras de ti y de mí.
Queremos hablar una lengua
extraña para las cosas.
Que suene la canción que ayer por la noche, en esas dudosas horas de silencio y soledad, me provocó un terrible ataque de nostalgia aguda. ¿Dónde habrán acabado todos esos chicos que quise ser; aquellos que eran más atrevidos, más divertidos, más duros, más geniales...?
Tenía entonces diecinueve años, y creía saber lo que había que hacer. Después, casi nada salió como yo pensaba, ganaron prudencia y sosiego. Todavía hoy, creo que alguno de vosotros con camiseta de los Cynics, pelo largo, cigarro entre las manos y el alma más rota, se cruza conmigo y sonríe...
La modernidad está empeñada en que no nos quedemos solos, ni quietos, ni en silencio. Está empeñada en ofrecernos facilidades y así, evitar que indaguemos.
No escribo por tenerte ante mis dedos
clavada en un papel
Ni acaso señalarte
brillante entre la ruinas de esta vida.
No por eso te escribo.
Te escribo por buscarte
palabra por palabra
y no alcanzar a verte completa, firme y clara.
Te escribo en este instante
y una vez, y otra vez.
Te escribo, al fin y al cabo,
te escribo por decirme,
te escribo, por ser voz.
Querrás ver a tu padre
a pesar de los años.
Como todos esos niños que educasteis
no para ser más fuertes, sino tristes,
mucho más tristes.
Y acaso, a lo sumo,
niños eternos.
Querrás ver a tu padre
y no estará.
Sí, ahora, cuando el cielo es claro, tus besos.
Abrazos y besos, aunque no lo entiendas
ahora, hija mía, cuando la tarde es tibia.
Los besos, por lo que pueda ocurrir
y los abrazos
por lo que nos va a pasar.
Mis hijas me acompañan a misa y me gusta porque, en cierto modo, es algo triste ir solo. M quería venir y, lógicamente, C,al enterarse, se suma a la fiesta. Se portan bastante bien, aunque imagino que se aburren. C pregunta varias veces que cuándo cantan.
Cuando regreso de comulgar, M me dice: ¿Qué te han dado? Pan, le contesto. Sorprendentemente, me pregunta qué es ese pan (como si intuyese el misterio). Ese pan es Jesús, le respondo; y, al contrario de lo que temo antes de pronunciaralas, mis palabras no suenan estúpidas.
Abre tú estas puertas de marfil
y dímelo
si acaso lo sabes con certeza.
Dime si estos días son la vida,
si ya ha llegado esa blanca mañana,
si en verdad
estamos vivos.
Conocí a una mujer que, a su vez, conocía a Carmen Jodra Davó. Y siempre anduve tentado de pedirle que le pidiese que me dedicase "Las moras agraces", pero, no sé muy bien por qué, finalmente no lo hice.
Carmen Jodra, la más poeta de las nuevas poetas.
Hay que vivir, y hay que estar en el mundo. Pero pienso que nunca debería sacarse a ciertos frágiles espíritus al mundo y a la vida. Tengo amor a esa niña recelosa, solitaria tan tímida y tan sosa. Piedad y amor, la niña tonta, tan parecida a mí cuando era niña.
(Fragmento del poema "A song about myself", del libro "Rincones sucios" Ed. La bella Varsovia, 2011)