Llega hasta ella otra vez la luz del día,
dibuja en la penumbra su figura
que abstraída rehace la coleta,
un gesto que antes era
prodigio, maravilla, qué sé yo
y hoy mis ojos ingratos
de tanto verlo entienden ordinario.
Se acerca, adiós, un beso.
Me abandona y se lleva silenciosa
la luz y yo me arrastro hasta el calor
que moroso se muere entre la almohada,
porque imagino el día que me espera
más vulgar que el que supo Gil de Biedma.
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