Ayer Carmen me preguntó: Papá, ¿a que Dios está arriba y abajo?
Yo, claro está, le respondí que sí, pero sin estar completamente seguro de qué es lo que
una niña de cuatro años puede suponer al hacer tal pregunta.
Más tarde, me di cuenta de que
poco importa a qué se refiriese Carmen en concreto, porque en cuestiones
divinas la inefabilidad es una presencia constante, un arriba y abajo. Pensé que frente al desconocimiento o la impotencia,
solo nos sirve la confianza. Al fin y al cabo, ¿qué es creer, si no confiar?
Así que no me queda más que confiar en que Dios esté arriba y
abajo, antes y después, ahora y siempre; y que Carmen tenga razón, por
supuesto.
Eduardo Rosales, La condesa de Santovenia, 1871 |
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