Como una luz por la rendija, así, de esa manera, entrevemos en ocasiones las orillas de la felicidad. Y sabemos que existe, y confiamos.
Ayer por la tarde, mientras abrazaba mis rodillas, M. me preguntó: ¿A qué hueles?
No sé, le contesté, a colonia...
No, dijo ella, a papá.
Y mi corazón parecía un globo rojísimo, enorme.
No me extraña que te emocionaras, K. Los niños, los hijos, dicen a veces unas cosas de una profundidad y de una belleza infinitas.
ResponderEliminarEs una lástima que al crecer perdamos esa capacidad para la poesía, ¿no?
Cierto Fernando, dicen cosas muy hermosas por su sencillez y su ingenuidad. Y sí, es una pena...
ResponderEliminarUn saludo
Te has salido del mapa. Sin palabras.
ResponderEliminarCéfiro, que me sonrojo...
ResponderEliminarGracias