Te sientas en una terraza
a tomar algo.
A pocos metros de ti,
niños y niñas patinan, saltan
a la comba, se pelean...
Enciendes un cigarro,
fumas plácida-
mente. Al fin llega
la cerveza: en su punto,
espumeante, fresca.
Cierras los ojos
y "esto es felicidad",
te dices.
y "esto es felicidad",
te dices.
Luego, pides la cuenta,
pagas
y dejas libre la mesa.
pagas
y dejas libre la mesa.
El poema original, del que sólo he cambiado los tres últimos versos, se puede encontrar por ejemplo, aquí.
Me gustan algunos poemas de Karmelo Iribarren, me gusta su sentido del humor, su perfecta continencia y su capacidad de observación. En éste, sin embargo, me chirría el final porque lo encuentro demasiado previsible, algo simplón. No digo yo que el mío sea mejor, Dios me libre, pero sí creo que da otra posible respuesta al porqué de la fragilidad de los momentos felices, o, más bien, de esos momentos en los que llegamos a vislumbrar las orillas de la felicidad.
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